Has preparado tu mejor mesa después de estar buena parte del día preparando un estupendo banquete para tu reunión familiar, un evento, una celebración, o, sencillamente, un homenaje a tu propia persona o la persona que tienes al lado.
Lo has colocado todo con sumo detalle y cuidado, y llega el fantástico momento de servir el vino, que suele suceder una vez están todos listos para comenzar a disfrutar de los manjares que has preparado.
Pero ojo, no tan rápido. En un lado de la mesa has colocado algo que va a llamar la atención, un aparato extraño, elegante, si, pero de una utilidad misteriosa. Y con la atenta mirada de tu o tus acompañantes, colocas una copa en su lugar, abres una botella de vino y comienzas a servirla a la copa a través de aireador.
Un suave susurro comienza a oírse procedente del aireador diseñado para mezclar el vino con el aire a su paso. El vino golpea sugerentemente la copa y comienza a llenarla hasta el punto que tu sabes que es suficiente. Tomas la copa con la mano y la entregas a tu acompañante que con cierta sorpresa degustará el vino y comprobará que, efectivamente, el aireador a hecho que despierten los aromas secundarios del vino y adquiera vida.
Es curioso, elegante, interesante y muy práctico, porque la vida son los pequeños detalles.
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